Estaba una hoja de papel sobre una mesa, junto a otras hojas iguales
a ella, cuando una pluma, bañada en negrísima tinta, la mancho
llenándola de palabras.
¿No podrías haberme ahorrado esta humillación? Dijo enojada la hoja
de papel a la tinta. Tu negro infernal me ha arruinado para siempre.
No te he ensuciado. Repuso la tinta. Te he vestido de palabras.
Desde ahora ya no eres una hoja de papel, sino un mensaje. Custodias
el pensamiento del hombre. Te has convertido en algo precioso.
En efecto, ordenando el despacho, alguien vio aquellas hojas
esparcidas y las junto para arrojarlas al fuego. Pero reparo en la
hoja “sucia” de tinta y la devolvió a su lugar porque llevaba, bien
visible, el mensaje de la palabra. Luego, arrojo las demás al fuego